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Las voces de Thoreau: Pensar la política y la crisis

Las voces de Thoreau

Pensar la política y la crisis

Por Jane Bennett

Hoy 00:55.

Cuando tenía veintidós años, Thoreau hizo una traducción del Prometeo encadenado de Esquilo, una historia de lucha entre dos inmortales, cada uno de los cuales ha emprendido una acción hostil hacia el otro. Ninguna de esas acciones puede ser llamada deliberada o bien meditada: cada una es presentada como descuidada, impulsiva, un capricho. Zeus, quizás embriagado por su poder recién descubierto como rey de los dioses, decide inmediatamente "borrar [...] la raza [de los mortales] por entero, deseoso de crear otra nueva"; Prometeo, inexplicablemente sujeto a una disposición a "amar a los hombres", de manera igualmente espontánea y arbitraria, se aventura a rescatarlos.

Una cierta irreflexividad caracteriza a estos dioses griegos. Thoreau ve a los mortales estadounidenses como también plagados de falta de reflexión, aunque nuestra falta de deliberación se parece más al sopor que a la extravagancia. Nuestra propensión a la acción poco meditada se manifiesta no como vuelo de la fantasía sino como conformismo, no como impulso sino como obediencia a la norma. La sumisión al Ellos, a los que la sastra de Thoreau invoca más arriba, es, en la perspectiva de Thoreau, nuestra condición política, lo que hoy podríamos llamar parámetro por defecto.

Nietzsche ofrece una vívida imagen de esta condición en el prólogo de Así habló Zaratustra. Instando a los "últimos hombres" a resistir la tracción de la banalidad, Zaratustra exclama: "Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina". Pero uno de estos últimos hombres solo puede responder en sonsonete: "¿Qué es estrella?", dice y parpadea.

Esto no les gusta a los autoritarios. El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad. Hoy más que nunca.

La vida y los escritos de Thoreau pueden verse como un complejo intento de apartar de sí lo que Nietzsche llama una tendencia "pulgón". En las artes de sí que desarrolla, el primer paso es identificar al Ellos como objeto de sospecha; el segundo es señalar las ocasiones específicas en las que se vuelve mayor la susceptibilidad de uno para con ellos. Para el propio Thoreau estas ocasiones son ocasiones políticas, momentos en los que es convocado a ser buen ciudadano.

En Resistance to Civil Government, admite su especial vulnerabilidad ante la voz internalizada del Ellos cuando habla en nombre del respetable público que paga los impuestos:

"No quiero [...] situarme por encima de mis vecinos. Más bien, podría decir que busco hasta una excusa para ajustarme a las leyes del país. Estoy más que dispuesto a adecuarme a ellas. Y ciertamente tengo razones para sospechar de mí mismo en este punto; y cada año, cuando viene el recaudador de impuestos, me encuentro dispuesto a revisar los actos y posiciones del gobierno federal y el del Estado, y el espíritu de la gente, para descubrir un pretexto para mi conformidad".

Hay muchas razones por las que el Ellos es tan seductor. La acción humana es acción sin el beneficio de la capacidad de previsión, es decir, sin el conocimiento de la larga cadena de acontecimientos que el acto de uno está en vías de engendrar. Obedecer al Ellos es disipar parte de la ansiedad generada por este hecho: Ellos lo hacen de esta manera y así también lo haré yo. Los miedos individuales acerca de la sensatez o la eficacia de la acción de cada uno son apaciguados por la gran masa de tradiciones; el pensar las cosas dos veces, disruptivo o perturbador, es aplastado por el peso acumulado de la convención.

El conformismo social e intelectual, ese vertiginoso caer en la norma, proporciona un sentimiento de clausura. Responde rápida y definitivamente a la pregunta: "¿Qué debo hacer?". Hay una suerte de seguridad en los números.

Pero tal seguridad es innoble para Thoreau. Pues es solo bajo condiciones de incertidumbre que se puede formar la individualidad. Solo en un marco que sorprenda y que de alguna manera significativa sea poco familiar, Thoreau puede vivir deliberadamente, con plena conciencia de "dónde vivía y para qué vivía" (el título del segundo capítulo de Walden).

Al describir su experiencia en el circuito de conferencias, Thoreau señala que "ordinariamente, la pregunta es ¿de dónde viene? o ¿adónde va?". Pero "era más pertinente la pregunta que escuché que alguna vez uno de mis oyentes le planteaba a otro –‘¿para qué da esta conferencia?’–. Me hizo temblar de miedo".

Solo una vida sujeta a examen es digna de ser vivida; solo vale la pena ser un yo periódicamente sacudido.

Si una vida deliberada es la más rica y la más noble, y si el conformismo es tan atractivo para los mortales estadounidenses como fatal para una vida experimentada con intensidad que es la vida propia y de ningún otro, entonces el proyecto más apremiante consistirá en encontrar maneras de ser encontrado con la guardia baja, de ser estremecido, sorprendido y distanciado de los usuales paisajes psicológicos, intelectuales y sociales.

Hay que tomar medidas excepcionales para interrumpir el estado de dependencia de los otros, para apartarse del Ellos. "Necesitamos ser provocados –aguijoneados, como los bueyes que somos para ir al trote".

La tarea será localizar y por lo tanto exponerse a sí mismo regularmente a los sitios y horizontes Salvajes, para maximizar las oportunidades de conmoción y desorientación, pues no es “hasta que hemos perdido el mundo, que comenzamos a encontrarnos a nosotros mismos."

Uno de tales sitios es el idioma foráneo. "Vale la pena derrochar días de la juventud y horas costosas", insiste Thoreau, "si aprendes solo algunas palabras de una lengua antigua, que se elevaron por encima de la trivialidad o la calle para ser sugestiones y provocaciones perpetuas". Vale la pena hasta si –o, como argumentaré, precisamente porque– uno solo aprende un par de palabras. Thoreau era claro en este punto, al decir también:

"Tuve la Ilíada de Homero sobre mi mesa todo el verano, aunque mirara sus páginas solo de vez en cuando".

El valor de tal mirar reside en su ocasionalidad. Aprender más que unas pocas palabras es empezar a familiarizarse con la lengua y por lo tanto privarse a sí mismo de su efecto de extrañamiento. El aprendizaje incompleto que Thoreau defiende es un trabajo arduo, que cuesta incluso "días de la juventud"; es más agotador que el aprendizaje que traduce en términos comprensibles y categorías normales. Pero vale la pena el derroche porque es un arma efectiva contra "la calle" donde vive el Ellos.

Thoreau hace un comentario similar en The Maine Woods, cuando dice que la lengua de los indios "me tomó por sorpresa [...] y me convenció de que los indios no eran una invención de historiadores y poetas. Era un sonido estadounidense puramente salvaje y primitivo [...], y no podía entender ni una sílaba de él".

Los historiadores y poetas a quienes se refiere deben incluir al propio Thoreau, pues "empezando muy en serio en el otoño de 1850, comenzó a [...] hacer copiosos extractos de libros y artículos sobre los indios. Los Libros indios [...] llegaron a completar once cuadernos de notas". Porque Thoreau estudiaba a los indios, estaba en peligro de negarse a sí mismo el acceso a su potencial de sobresaltar. Fue su lengua hablada, de la que Thoreau no tenía experiencia, la que superó la fuerza anestésica de sus estudios.

Tales oportunidades provocativas y destrivializadoras se encuentran en textos antiguos, visitantes foráneos, animales salvajes, geografía no humana. En su biografía de Thoreau, Robert Richardson señala cómo el claro de luna es para Thoreau un ejemplo de geografía no humana, es decir, es también un texto foráneo: "Como Longfellow, Thoreau buscó expresar las voces de la noche. El claro de luna, pensaba, es un sánscrito con su ‘mundo de poesía, su raras [...] enseñanzas, sus sugestiones oraculares'."

Tal Salvajismo también reside en entornos más mundanos, aunque aquí el truco consiste en abstenerse de un estudio en profundidad mientras, sin embargo, se presta atención de manera cuidadosa y cercana. La calle, que en la cita anterior era la encarnación misma del Ellos, puede también volverse Salvaje. En Night and Moonlight Thoreau escribe:

¡Gran restaurador de la antigüedad, gran encantador! En una noche apacible cuando la luna de la cosecha o del cazador brilla sin obstáculos [...] la calle de la villa es entonces tan salvaje como el bosque. Lo nuevo y lo viejo se confunden, No sé si estoy sentado en las ruinas de un muro sobre el material que va a componer uno nuevo.

La capacidad de sacudir y sorprender reside incluso en los propios pensamientos. "Un hombre no puede ni engatusar ni intimidar a su Genio [...] Estos pensamientos alados son como pájaros y no se dejan atrapar [...] Nunca nada fue tan poco familiar y deslumbrante para un hombre como sus propios pensamientos".

Todos los escritos de Thoreau se dedican a esta obstinada persecución del desconcierto en aras de una vida distintiva, del extrañamiento en aras de la propia intimidad. "Parece", dice Thoreau en su diario, "como si la mía fuera una naturaleza peculiarmente salvaje, que tanto ansía todo lo salvaje".

En aras del noble sí mismo (el yo), hay que dar los pasos necesarios para interrumpir el yo familiar (el Ellos).

La política estadounidense

Es en este contexto que puede entenderse el desdén de Thoreau por la política estadounidense. Esta política cultiva habilidades y hábitos mentales enemigos de una vida deliberada. Como conjunto de prácticas –elecciones, debates, legislación–, la política es un medio por el cual una colectividad se orienta; pero quien aspira a ser individuo requiere técnicas de desorientación.

En política domina la voluntad de orden, una mentalidad de gobierno; pero el noble yo necesita para cultivarse una voluntad de Salvajismo. El éxito político requiere una habilidad para representar o duplicar el Ellos en otros; el éxito de quien transita requiere de una voluntad de soportar el rechazo social.

La política enseña cómo encontrar el común denominador y cómo incorporar diversas perspectivas; quien aspira a ser un individuo debe aprender cómo abstenerse de compromisos y resistir la tentación de asimilar las excentricidades al cuerpo principal del texto social con el fin de disfrutar de toda la fuerza de su sacudida.

"No me interesa demasiado el gobierno, y le dedicaré el menor número posible de pensamientos", dice Thoreau en un ensayo cuyo título, Resistencia al gobierno civil, puede llevar a que se piense que estaba muy interesado en el gobierno.

Estar involucrado más que de vez en cuando y a la ligera en política –en sus debates y luchas, hasta en sus promesas de reforma y justicia social– es para Thoreau distraerse de la tarea más dificultosa, más digna y lógicamente prioritaria de volverse un yo deliberado. Aunque el gobierno es partidario de modelar los yoes, estudiar política no enseñará nada acerca de dar forma al tipo de yo que Thoreau idealiza: "Visite el Astillero naval y contemple a un marine, un hombre tal como puede formarlo un gobierno estadounidense, o tal como puede hacerlo un hombre con sus artes oscuras, una mera sombra y reminiscencia de la humanidad".

Interesarse en política tiene una extraña manera de activar el anhelo de conformarse, el impulso a "ser un segundo al control" o un "útil hombre de servicio e instrumento para cualquier Estado soberano" que acecha precisamente detrás de la superficie de hasta cualquier severo crítico del orden.

A pesar de su apariencia de debate animado, de su aura de contienda y desafío, la política estadounidense es para Thoreau principalmente un crisol de normalización. Su superficie es demasiado resbaladiza, demasiado uniforme, demasiado lisa, para que en ella arraigue una individualidad. La política es estrepitosa, contenciosa y hasta violenta; sin embargo, lo Salvaje de lo que habla Thoreau raramente encuentra expresión allí.

Esto es en parte porque el propio proceso de enunciar públicamente puntos de vista tiende a transformarlos en tópicos familiares: quien habla, receloso del impacto imprevisto de expresiones que pronto van a flotar libremente, tiende a elegir palabras, frases y formulaciones ya autorizadas por el uso extendido, incluyendo aquellas asociadas con posturas críticas, no ortodoxas u opositoras. E incluso si quien habla resiste este impulso, el público, al escuchar de manera indiscriminada como es propio de la mayoría de los discursos políticos, es probable que los escuche de esa manera.

Dado que la confrontación política se lleva a cabo en público (o por lo menos en un contexto que tiene el potencial de que las palabras de uno se hagan públicas y por lo tanto queden seriamente fuera de su control), el impulso a conformarse pasa a primer plano; el Ellos prospera. Es mucho más probable que las opiniones extrañas se consideren puertas afuera, en una lucha reflexiva con el Ellos en uno mismo. Y esta es la lucha, que suele durar toda la vida, que debe preceder a cualquier intento viable de crear una sociedad de ciudadanos librepensadores.

El efecto más típico del debate político es, entonces, proporcionar a las opiniones convencionales espuelas –para acicatear– en lugar de alas. En el dominio público, los pensamientos inesperados o las experiencias sorprendentes tienden a desembocar en una espiral de estrategias (¿cómo